Diálogos por la Paz en México

El atrio de los gentiles de nuevo en México

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Dialogos por la paz Mexico Mesa redonda con Soledad Loaeza, Jesús Silva-Herzog, Hugo Iriart, moderada por Rodrigo Guerra

Un muerto más un muerto, no son dos muertos, son dos muertes. Cada muerte es única e irrepetible, y por ello es sagrada. Esta cita libre del escritor Elias Canetti, hecha por el periodista Jesús Silva-Herzog,  resume el drama que está viviendo México desde hace seis años. Ochenta mil muertos, o mejor, ochenta mil muertes, cada una con nombres y apellidos, con su propio rostro y su historia, y otras tantas madres que lloran a hijos, a menudo muertos dos veces, primero cuando se enrolaron en el narcotráfico y después cuando los asesinaron en un ajuste de cuentas. Ochenta mil personas, entre las que hay innumerables víctimas inocentes de una guerra despiadada de crueldad inaudita, que las autoridades intentan disimular torpemente como “daños colaterales” en los enfrentamientos entre bandas rivales. Una guerra sucia toda ella, un genocidio, una hecatombe, que Javier Sicilia, padre de una de las víctimas y víctima él mismo, ha comparado con Auschwitz.

El mérito de estas jornadas de diálogo por la paz, una versión reducida (sólo en la extensión, no en el intento) del Atrio de los Gentiles, que han tenido lugar en México los días 3 y 4 de octubre, ha sido poner sobre el papel la dimensión moral del conflicto que asola el país, recordó Isabel Cabrera. En las balaceras dialécticas de los políticos, entre acusaciones recíprocas y estadísticas cruzadas, el enfrentamiento con el mundo del narcotráfico y su triste secuela de muertes acaba reduciéndose a mera cuestión técnica, policial o simplemente política, cuestión, en definitiva, de medios, estrategias, logros, puro número, la forma más alta de abstracción. Era necesario, en cambio, sentarse a considerar el aspecto propiamente humano del conflicto, el problema propiamente moral y preguntarse: ¿es lícito lo que se está haciendo para luchar contra los cárteles de la droga? ¿Es lícito perseguir a toda costa un objetivo político, como es la derrota de los todopoderosos cárteles, no importa a qué precio y recurriendo a cualquier medio? ¿Es la guerra abierta al narcotráfico declarada por Ejército y policía verdaderamente la única estrategia posible para acabar con esta lacra, sólo por obtener un éxito a corto plazo? ¿La sociedad no debería invertir en otros medios que den mejores frutos, aunque exijan una mayor inversión de tiempo?

El Prof. Guillermo Hurtado, investigador de la UNAM, co-organizador y participante en estos diálogos, sostenía que sólo por haber puesto sobre la mesa la cuestión ética, estas jornadas habrían valido la pena. Pero es que además, este momento de reflexión, en el que han participado algunos de los más lúcidos pensadores mexicanos, ha visto reunidos a creyentes y no creyentes, en un acto querido y organizado en gran parte por la Iglesia mexicana a través de su conferencia episcopal mexicana, junto con otras instituciones. Lo cual constituye a su vez una novedad de tal calibre, que bien puede considerarse el primer fruto de estos encuentros: la historia reciente de México no abunda en momentos de encuentro entre creyentes y no creyentes, entre las dos almas de este México convulso, complejo y siempre fascinante, para tratar de resolver un problema que afecta a todos.

En sus palabras de saludo, Mons. Felipe Arizmendi, encargado de la pastoral de la Cultura en la CEM, dejó bien claro la importancia de la apuesta por estos diálogos para la Iglesia mexicana. En un país atravesado de arriba abajo y de izquierda a derecha por divisiones políticas, sociales, económicas, ideológicas, religiosas, étnicas y culturales, «parece imposible ponerse de acuerdo para construir el bien nacional, sobre todo en favor de los más desprotegidos», de modo que lo que debería ser una normal confrontación, se convierte en una lucha a muerte entre contrarios. A este México lacerado, los obispos mexicanos ofrecen a Jesucristo, el príncipe de la paz: quien ha optado por él, no puede pasar tranquilamente ante «el dolor de los caídos al borde del camino». Y concluyó con estas palabras, sobrias, esenciales, valientes: «No ambicionamos puestos políticos. No pretendemos imponer la religión católica a todos los mexicanos. Si en algún tiempo de la historia hubo imposiciones de nuestra parte, hemos pedido perdón y anhelamos que no se repitan. Queremos educarnos y evangelizar para el respeto a la pluralidad, como base para la armonía social, para la reconciliación nacional.

El poeta y activista Javier Sicilia, en su intervención escrita leída por Luis Javier López Farjeat, planteó con toda su crudeza, en términos que probablemente escandalizaron a más de uno, el problema del mal y del silencio de Dios. El eterno problema del mal y la teodicea resonaron en el auditorio con la fuerza vibrante de Job. Porque la paradoja del mal, del sufrimiento y de la muerte, es que uno es capaz de reflexionar acerca de ellos solo considerándolos de lejos, como conceptos abstractos, como algo que, en definitiva, acontece a otros, no a nosotros. Y cuando nos tocan de cerca, entonces aquellas respuestas frías y abstractas, carecen completamente de valor, y se convierten hasta en un insulto para quien las escucha. El patético intento de los amigos de Job de consolarlo a base de respuestas preconfeccionadas, de fórmulas enlatadas, está destinado al fracaso ayer como hoy. Puede que fueran correctas, pero al hombre sumergido en el océano del sufrimiento, no le dicen nada. Para él, el mal y la muerte se presentan en toda su brutal realidad, ante la que los más sofisticados argumentos pierden toda su eficacia persuasiva.

Ante tanto dolor, como los amigos de Job, enmudecemos, sin saber qué decir. Y sin embargo, más que nunca es necesaria la palabra, que revela en este momento todo su poder de sanación. Puede que no resuelva los problemas, pero rescata de la nada del olvido los nombres de la víctimas y sus historias. La psicología moderna ha comprendido perfectamente el poder taumatúrgico de la palabra humana: narrar un sufrimiento lo hace más llevadero. De ahí la insistencia de algunos de los participantes en el re-cuento y el re-cuerdo (recordar es pasar por el corazón) de las víctimas. Como alguien oportunamente recordó, el éxito de los procesos  de la Comisión de Reconciliación y Verdad sudafricana se basaban en gran parte en el relato de las víctimas ante los torturadores, el relato de los opresores ante sus víctimas: el poder de la palabra.

Los diálogos mexicanos se inscriben en el surco de las actividades del Atrio de los Gentiles. Han sido promovidos por un numeroso plantel de instituciones laicas y eclesiásticas: el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, el Centro de Investigación y Docencia en Economía, la Universidad Pontificia de México, el Instituto Mexicano de Doctrina Social, la Universidad Iberoamericana, el Centro Universitario Cultural y la Dimensión de Pastoral de la Cultura del Episcopado Mexicano. Los organizadores no han escatimado medios para la puesta en escena, en el centro universitario cultural de los dominicos, junto a la UNAM. Gracias a una cuidada retransmisión a través de internet, más de cinco mil personas pudieron seguir en directo los momentos del diálogo, en los que intervinieron, entre otros, Javier Sicilia, Jesús Silva Herzog Márquez, Carlos Elizondo Mayer Serra, Soledad Loaeza, Enrique Dussel y Héctor Zagal, hasta un total de 20 intelectuales.

Se ha hablado mucho, con gran respeto. Han resonado palabras fuertes en el auditorio, que quizá hayan incomodado a quien esperaba bonitas tertulias de salón, elegantes y frías. Difícil en cambio no sentir la provocación, cuando de lo que se habla es del sufrimiento y el dolor, y de los cambios necesarios para poner fin a una tragedia de estas magnitudes.

Sería ingenuo pretender que estos dos días de diálogo podrán resolver uno de los tantos problemas de México. Se habló de reformas de la Ley electoral, de la necesidad de invertir en educación, escuela y la creación de movimientos cívicos. Todo ello es sin duda necesario, e irá dando frutos a su tiempo. De momento, se ha sentado un pequeño precedente, que contribuirá en el futuro a mejorar un clima enrarecido. Al final de su intervención Mons. Arizmendi concluía: “Es lo que esperamos de este Diálogo por la Paz: Que nos escuchemos con respeto, con apertura de mente y corazón”. Si el movimiento se demuestra andando, estos diálogos han demostrado que el diálogo es posible, simplemente sentándose juntos a una misma mesa. Toca ahora aprender las lecciones de este evento.