Esperanzas para el hombre del Nuevo Milenio

Leonardo Martínez García

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Transmitir la fe en el corazón de las culturas” – con este tema, tomado de la Carta Apostólica Nuovo Millennio Ineunte n. 40, los Miembros y Consultores del Consejo Pontificio de la Cultura se reunieron para celebrar su Asamblea Plenaria, que se realizó con éxito del 14 al 16 de Marzo, teniendo como telón de fondo el vigésimo aniversario de fundación del Dicasterio.

El 20 de mayo de 1982 el Santo Padre dio carácter institucional al diálogo con las culturas y a la evangelización de éstas mediante la creación del Consejo Pontificio de la Cultura. Se trata de un nuevo humanismo que concentre las fuerzas para que las culturas sean evangelizadas y el Evangelio sea inculturado. Este Dicasterio, consciente de la identidad católica en un mundo globalizado, ha centrado todos sus esfuerzos en hacer posible el encuentro de las culturas con el Evangelio. En nombre de la Santa Sede, el Consejo participa en las iniciativas que crean, estudian y promueven las culturas; anima a las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales en la promoción de Centros Culturales Católicos como espacios en los cuales se hace concreta la cultura cristiana. Hace presencia en los organismos internacionales de ciencia, cultura y educación, e igualmente en aquellos que coordinan las políticas culturales de los distintos países. Todas estas actividades tienen como objetivo facilitar el diálogo fe – cultura, promover el testimonio cristiano y abrir vías de encuentro con el Evangelio.

El testimonio y la insistencia del Santo Padre nos llaman a servir a la Iglesia en la transmisión de la fe y en la evangelización de las culturas. La fuerza de las convicciones del Romano Pontífice señala esta misión como tarea para toda la Iglesia. Desde su creación, el Consejo Pontificio de la Cultura, viene desempeñando su cometido tratando de dar respuesta a los fenómenos del ateísmo, el agnosticismo, la incredulidad práctica y la pérdida de la visión escatológica de la vida. A estas tareas se le agregan las realidades contemporáneas de la globalización, la secularización y el postmodernismo. Es necesario y urgente renovar el diálogo con el mundo de la cultura y transmitir la fe en su corazón (Cfr. Nuovo Millennio Ineunte, n. 40). El futuro de la fe depende también del modo de presentarla. La Iglesia debe dar un testimonio creíble donde la experiencia de fe se viva como fuente de gozo, de felicidad y de paz.

En el orden teórico existe una dimensión cristológica (pasión, muerte, resurrección y ascensión), una dimensión antropológica (la Palabra hecha carne), una dimensión eclesiológica (lugar de la cultura cristiana) y una dimensión pneumatológica (la fuerza de la transmisión del Evangelio en las culturas). En el orden práctico estamos empeñados en dar un anuncio comprensible, interesante y verdadero. Es decir, que sea captado por la inteligencia, deseado por la persona y que transmita la Verdad. Se trata de presentar a las culturas algo perfectamente vivible para no quedarnos en pura retórica, mientras la realidad exige actos concretos. Este llamado a la fe como testimonio nos reta a desarrollar una pastoral que devuelva la vida a un mundo descristianizado, pastoral basada en un humanismo cristiano, que partiendo de una cultura cristiana colabore con la Iglesia en el anuncio del Evangelio.

La misión del Consejo Pontificio de la Cultura se hace comprensible cuando “la cultura se propone en el horizonte de la transmisión del Evangelio”. Tal misión, según el Concilio Vaticano II, consiste en ayudar al hombre a ser plenamente humano (cfr. Gaudium et Spes, 53-62)Desde una perspectiva antropológica, este es un proceso jamás terminado que siempre debe ser proyectado. La preocupación perenne de la Iglesia por el hombre la compromete más profundamente con su misión, que se hace cada vez más sólida en el encuentro dialogante entre la fe y la cultura, en cuyo centro está el ser humano.

Cuando hablamos de cultura, no nos referimos únicamente a sus expresiones externas en las artes. Hablamos de la identidad de cada pueblo, de su alma, del ethos, que imprime un sello indeleble en cada persona. El espacio vital de nuestra misión es la persona y de modo particular su fragilidad. Las personas son vulnerables, tienen límites que se verifican en los actuales acontecimientos de violencia en la humanidad, llenándola de miedos y debilidades.

Dios, que ha hablado con claridad a la humanidad en el pasado, hoy llama a su Iglesia a emplear un lenguaje que todos puedan comprender. La claridad en el lenguaje influye directamente sobre la capacidad de captación de cada hombre y esta capacidad a su vez depende en gran parte del hecho cultural. La fidelidad al mensaje exige una transmisión adecuada, que, sin vaciarse de sus principios teológicos, haga posible la íntegra comprensión del contenido en la diversidad de las culturas. Mientras que el Evangelio es un lenguaje universal, cuyos valores son comprensibles por todas las gentes, el mundo secularizado e individualista encuentra su inspiración en el postmodernismo, para cambiar con facilidad los valores y para obstaculizar aquellos que han enraizado en el corazón de las culturas. Contamos con la ventaja de la libertad pero se enfrenta al ser humano con el fenómeno de la globalización y con la descristianización reinante en el mundo. Esta no es una preocupación exclusiva del mundo católico. La histórica visita del 9 de marzo de este año de la Delegación del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Griega al Vaticano, permitió constatar que se trata de una inquietud compartida.

Nos encontramos frente a una experiencia de miedo donde predomina la supervivencia, que pone el “bienestar” como sinónimo de libertad. Ideal creado por la sociedad de consumo que no se hace responsable de las catastróficas consecuencias del deterioro de la verdadera identidad humana.

La Iglesia se encuentra nuevamente en el escenario de la lucha entre David y Goliat. Ambos se desafían mutuamente, pero no utilizan las mismas armas. Para la Iglesia sería un grave error desafiar la cultura moderna con las “armas” que ésta utiliza. En primer lugar, se debe purificar el concepto cultura que, en términos kantianos, es utilizado con una comprensión polisémica. Se habla de cultura queriendo decir muchas cosas en sí mismas diferentes (civilización, naturaleza, arte, desarrollo, elementos autóctonos, modo de pensar, etc.). Tampoco el concepto de valor se toma en toda su profundidad. Su contenido no expresa siempre aquello a lo que nos queremos referir. Queda en una noción vacía, utilizada por el mundo materialista que, con el abuso de los medios de comunicación, opone lo particular a lo universal. O dicho de otro modo, lo particular es elevado a valor universal, amenazando lo particular de las personas que es su dignidad humana. El lenguaje católico habla de singularidad sin oponerse a lo total. Pasar de lo individual a lo universal, es el esquema propio del imperio; pasar de lo particular a lo total, es el lenguaje de comunión propio de la Iglesia. La universalización se atribuye a los medios de comunicación que crean su propio mensaje sin tener en cuenta la relación del contenido con el que lo contiene. Lo cual genera un individualismo, un mecanismo comercial que podríamos llamar “la soledad de la comunicación”. Realidad socioeconómica que se desarrolla con un hombre pragmático que va abandonando el pasado y creando nuevos principios, sin entender el peligro que significa desentenderse de la historia y separarse de la sociedad.

Las transformaciones actuales son muy veloces. La mentalidad moderna se aleja de la tradición, buscando la novedad y el anonimato, sin puntos de referencia. Recuperar el humanismo, no sólo en lo teórico sino en lo práctico, se convierte en una prioridad, sobre todo en la solidaridad con los pobres, los más vulnerables entre los vulnerables. Existen muchas reflexiones humanistas, pero falta un testimonio válido que incida en la vida ordinaria de las personas y las abra a una nueva cultura. No existe dignidad humana que no sea tocada por la cultura. Valga aclarar que no son las culturas las que se encuentran para el diálogo, son las personas que llevan su propia cultura las que entran en comunicación. Es la persona la que se abre a la cultura. O, formulado como pregunta: ¿es el hombre el corazón de la cultura?

 

 

Evangelización de la Cultura

 

La ruptura entre el Evangelio y la cultura es el drama de nuestro tiempo, pero no se ha profundizado suficientemente en las razones de dicha ruptura. La catequesis, en su sentido más profundo, exige a la Iglesia Maestra esta tarea, utilizando no sólo el Evangelio, sino también la filosofía, para dar razones al hombre de hoy.

Evangelizar al hombre es, a su vez, evangelizar la cultura de modo que en el hombre esta ruptura puede reencontrar la unidad. Además, debe evangelizar su entorno, el medio en el cual vive, transformar el mensaje, hacer un discurso de fecundidad espiritual para el mundo tal como se nos presenta, una antropología nueva, fecunda y completa, que sea capaz de interrogar a los científicos, a los medios de comunicación, a los violentos, a todos. Presentar de modo atractivo la verdad histórica, la verdad de Cristo, que nos ayude a releer todos los valores a la luz del Evangelio. Transmitir la fe es llevar la vida presente al encuentro con la verdad del Evangelio.

El hombre integral es razón y corazón. La razón expone la verdad como lo pide la inteligencia, pero si en este anuncio no se pone el corazón el conflicto permanece. Si se sostiene la verdad, que es irrenunciable, y se pone el corazón, el encuentro entre la cultura y el Evangelio avanza hacia el común amor de Dios. Es necesario añadir la belleza a la transmisión, es decir, comunicar la fe como verdad pero con un vestido agradable. La religiosidad oriental, sin dudar de la existencia de Dios, subraya la inefabilidad de Dios, del cual no se puede decir nada, pues si pudiera ser expresado, ya no sería Dios. De ahí que al contemplar su belleza, se arrodillan frente a lo inefable. La tarea de la Iglesia del tercer milenio es hacer el anuncio de la Buena Noticia aunando philosophia theologia cordis. Es preocupante el positivismo de las ciencias sagradas, a veces inconsciente, que las reduce a mero racionalismo. La inteligencia unida a la radicalidad del corazón es la oferta para quienes quieren hacer que el Evangelio penetre en las culturas.

 

El Servicio de la Religión: Como afirma De Lubac, el principio católico es la unidad de la Iglesia. “La religión no es un libro, sino un organismo vivo”. La religión es un organismo vivo, en el que tiene su lugar la Escritura, que es a la vez particular y universal, y no palabras del pasado. Estamos llamados a presentar la Escritura con un lenguaje particular para cada pueblo, pues no existe un lenguaje general. Para una persona que no pertenezca a una determinada cultura o al menos la conozca es imposible comprender en su plenitud sus expresiones lingüísticas.

 

Para entendernos mejor:

·      El libro proporciona elementos fundantes y fundamentales, y es capaz de abrirse, asumir y presentarse a otras culturas. El cristianismo no se basa en conceptos, sino que es vida, que al ser transmitida, se hace pensamiento. La transmisión de la fe no es sólo comunicación de doctrina, sino transmisión de vida. La Iglesia universal, que preside a las Iglesias particulares, en el proceso de transmisión no duplica una Iglesia particular, sino que transmite la vida de la única Iglesia. La Iglesia no comunica una cultura particular, sino que entrega la universalidad que la caracteriza. Para cumplir esta misión son necesarios tanto la identidad propia como el salir de sí mismo para encontrar la vida de la Iglesia universal. Es descubrir la identidad universal que puede hacerse cultura en lo particular para crear universalidad. Crear un éxodo y una profundización de sí mismo que nos lleve hacia lo universal, el Pleroma que llega a su plenitud en la escatología.

·      Quienes buscan la fe se deben dejar inculturar del la fe. Para san Ambrosio, en el rito bautismal el catecúmeno es introducido en un humanismo cristiano. Para entrar en el pensamiento cristiano, es necesario hacer una inculturación de la fe. Como un effatá, abrir los sentidos para tener la capacidad de comprender el misterio. Si se preguntara, ¿dónde está Dios?, la respuesta sería: muestren al hombre y le haremos capaz de descubrir a Dios. Es renovar el humanismo cristiano. Pascal hablaba de una segunda naturaleza que hay que romper para hacer aparecer la primera, la única que permite conocer a Dios. Los Padres griegos decían que el hombre debe reencontrar el ritmo de Dios, entrar en la sinfonía de Dios. De esta manera el cristianismo transformó un mundo alocado y sumido en el caos y le devolvió la felicidad que había perdido.

 

Hay que desembarazarse de una falsa humildad y reconocer que la fe tiene su propia cultura, un humanismo que habla de Dios. En otras palabras, se ha hablado mucho del hombre, es hora de hablar de Dios. Y los místicos dirán, es hora de hablar a Dios. En este sentido la fe crea cultura, como ya se ha dicho, no es un teoría, sino una vida, entendiendo el proceso del bautismo como una comunión de vida. Un proceso de transmisión de la fe implica una crítica a la cultura moderna. En su estudio de los rituales primitivos del bautismo, Hugo Rahner afirma que la renuncia a la pompa diaboli exigida en el bautismo, se refiere a los espectáculos circenses adonde se acudía a ver sangre humana. La inculturación de la fe significa la ruptura con esapompa. Frente a ésta aparece el no del cristianismo, que da como fruto la Iglesia naciente. Tal rechazo crea una nueva cultura que afirma a Dios. El cristianismo tiene que discernir cuál es lapompa diaboli de su tiempo. 

La conversión transforma al hombre pero no lo destruye. Es un NO, que no destruye, ni al hombre, ni a la cultura; un NO creativo del que surgen los elementos válidos de la cultura precedente. Quien se hace creyente entra en una nueva familia (cfr. Salmo 45). Al respecto, San Ambrosio, cuando habla de su familia, no hace alusión a sus antepasados romanos, sino a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Es un nuevo éxodo que nos lleva a un nuevo olivo.

 

Esta inculturación o transmisión se encuentra con dos tipos de culturas en nuestro mundo postmoderno:

·      La globalización o universalización que se presenta como cultura dominante. Todas las culturas particulares están sometidas a esta cultura globalizada. En el estilo de vivir hoy podemos decir que ya no hay lugares lejanos o ausentes.

·      Una cultura que quiere renunciar a sus raíces cristianas y proclamarse postcristiana. Las discusiones del Parlamento Europeo para la elaboración de la Constitución Europea es un testimonio elocuente. A pesar de todo, la cultura cristiana no ha desaparecido: “Tu no estas lejos del Reino de Dios”, dijo Jesús al rabino. Es verdad que el cristianismo está en peligro de extinción. Hay que generar una cultura cristiana, que es la vitalidad del organismo vivo que es la Iglesia. Es necesario acercar la Biblia a la cultura, como hizo San Jerónimo, al traducir la Biblia, abriendo un camino nuevo que va de la Biblia a la cultura.

 

La liturgia supone la presencia vital de la de la Iglesia en el momento moderno. Las celebraciones litúrgicas tienen que ser sacras y al mismo tiempo bellas. No un simple ritual, que haría desaparecer lo típicamente sacro, propio de la naturaleza de la acción litúrgica y le quitaría el elemento fundamental que es el encuentro con Dios, con el Abbá de Jesucristo. El servicio litúrgico es un valor religioso fundamental en función de la cultura, que pone de relieve y manifiesta la importancia que para la vida de la persona humana tiene la liturgia como lenguaje de la religión.

La piedad popular es una forma de inculturar el Evangelio. Este fenómeno cultural es positivo en sí mismo, y representa una experiencia antropológica profunda, anterior al cristianismo, pre-reflexiva, donde emergen sentimientos naturales. En esta religiosidad convergen sentimientos de cercanía a la vida y a la protección de la naturaleza, al mismo tiempo está marcada fuertemente por el tema de la muerte. Siendo una experiencia vital y no simplemente la acumulación de datos, reclama lo sobrenatural, lo trascendente. La religiosidad popular surge como la lengua materna de todas las religiones del mundo. La fe cristiana está inmersa en este nacimiento originario, en esta búsqueda constante del ser humano por darle sentido a su existencia. La evangelización compete a toda expresión libre y espontánea de religiosidad para que ésta llegue a ser un modo de vivir la fe, en el contexto de una cultura cristiana.

 

La realidad: Las diferencias entre oriente y occidente, nos plantean una pregunta: ¿cómo es posible que los países tradicionalmente cristianos sean quienes promueven el armamentismo, el control natal, etc.? Es una pregunta mal planteada. Cuando se quiere hablar positivamente y valorar estos países, se habla del Occidente, pero cuando se trata de resaltar los aspectos negativos, tales países vienen clasificados como cristianos. Tal pregunta exige una definición que urge la respuesta a otra pregunta: ¿son o no son cristianos los países occidentales?

Cuando tratamos de afrontar las relaciones entre los pueblos y la religión, podemos referirnos en occidente a cuatro características que emergen y que podrían ofrecer un punto de partida a una reflexión. Desde tal perspectiva occidente se caracteriza hoy por:

·      Las guerras entre las religiones

·      La emancipación del poder político

·      La idea de privacidad de la religión

·      El racionalismo científico que anula la trascendencia

 

La educación: Los cristianos somos hoy una minoría decisiva que arrastra una mayoría negligente, con una pastoral que sobreabunda en retos y con muchas dificultades. Aún siendo minoría, somos incisivos por la coherencia con los principios, como lo fueron los primeros cristianos (cfr. Flp. 3). La Iglesia se encarga de darle sentido a la vida de la mayoría llevando la fe al corazón de las culturas. La Iglesia no se hace cargo de todos los problemas del mundo, su misión es de colaboración para dar sentido y ofrecer a las realidades terrenas los valores evangélicos.

Hay que estar siempre comenzando a buscar la justicia y anunciar la verdad. El campo de la educación, especialmente con los jóvenes, es una esperanza. La Universidad es lugar propio para los diálogos de alto nivel, respetando posiciones, reflexionando sobre el momento histórico y los últimos acontecimientos, para llevar el Evangelio al corazón de las culturas desde la más concreta realidad. La fe necesita un testimonio práctico, una presencia visible de cristianos que hagan real un espacio de acogida y estima en su experiencia de fe. Tal testimonio ha de ser mayor en el ambiente universitario. En este orden el desafío no es sólo llegar a los alumnos, sino también a los docentes y a todos los estamentos que pueden hacer de la universidad un foco de cultura cristiana.

 

Los medios de comunicación: Los mass media se levantan como uno de los temas más ambiguos de nuestro tiempo. Los medios de comunicación no son en sí mismos objeto de valoración, es su utilización la que hace bien o mal y ejerce un gran influjo en la formación o deformación de la persona y la cultura. Desde la misión de la Iglesia es una urgencia y al mismo tiempo un desafío la evangelización tanto de quienes gestionan los medios de comunicación como de quienes escriben el mensaje. Sólo así se podrá tener certeza de la veracidad de lo anunciado y las motivaciones para comunicar la verdad. Es entonces cuando en sentido amplio podemos reconocer la evangelización de los mass media. En el mundo se generan de 5 a 6 mil noticias diariamente, entre las cuales se seleccionan 150 ó 200 para dar a conocer por medio del monopolio del mundo de las comunicaciones. ¿Qué criterios se usan para seleccionarlas? Una pastoral de evangelización a las personas que se dedican a la comunicación permitiría crear un sentido tal de responsabilidad, que en la medida del crecimiento progresivo de la fe superará el conflicto provocado por las grandes empresas que monopolizan la información con criterios económicos. Los evangelizadores están llamados a conocer el lenguaje de los medios y a aprender a utilizarlos para poder llegar a todos, norma que nos impone el acelerado proceso de globalización. Con Internet se acabaron las distancias y el acceso a toda información es inmediato.

La importancia de los medios de comunicación está en la capacidad de comunicar cultura, en la comprensión positiva del término. Querámoslo o no, el mundo se ha hecho global y la Iglesia está llamada a utilizar tales medios en su totalidad como “los techos o las terrazas” desde donde habla al mundo, como lo dice el Evangelio: “Lo que escuchan al oído, anúncienlo desde las terrazas” (Mt. 10,27). Lastimosamente los medios de comunicación son utilizados para comunicar “valores” contrarios al Evangelio, favoreciendo el ocaso de la presencia de Dios, propagando un mundo secularizado y secularizante. Se han invertido los valores y como consecuencia percibimos un mundo en el cual ya no se da:

·      El primado del Espíritu sobre la materia

·      El primado del hombre sobre las cosas

·      El primado de la ética sobre la tecnología

Tales actividades manifiestan la urgencia y el reto de la Nueva Evangelización como la tarea primordial de la Iglesia en el tercer milenio.

 

La familia: es una vía pastoral de primera mano para la transmisión de la fe y el lugar donde se transmite la cultura. El “grano de fe” requiere un terreno fértil para esperar frutos. La familia es terreno apto para hacer germinar los valores evangélicos que cristianizan el mundo de la cultura. Las primeras oraciones se aprenden en la familia, que por ello es definida como escuela de oración. Con la oración se abre a la experiencia de Dios en su misericordia y en su caridad que comunica su amor en la cruz, testimonio de fidelidad y cumplimiento de la voluntad del Padre. La oración es la llave de la puerta de la paz.

La Iglesia, familia de Dios, hace presente al ser humano los conceptos morales y eclesiológicos, para que estos sean aceptados y reconocidos. La familia está llamada a ser modelo de fidelidad que haga cercano el misterio de Dios y permita expresar su relación con los cristianos, nuevo pueblo, incluso en términos nupciales. La familia cristiana es transmisora de fe y cultura cristiana. Sin embargo el mundo de hoy se encuentra con una realidad que crece progresivamente: los niños están la mayor parte del tiempo al cuidad de personas extrañas al núcleo familiar, que en ocasiones desplazan el afecto de los padres y van disminuyendo su decisión e influjo en su formación. Desde la fe hay elementos fundamentales en la educación de los hijos que no pueden ser delegados y donde los padres y madres de familia están llamados a acompañar a sus hijos con palabras y testimonio. Ningún argumento exime a los padres y madres de familia de la transmisión e integración de los valores fundamentales que conformarán la personalidad de los hijos y la importancia que para tal tarea tienen los primeros años de vida. Es urgente trabajar incansablemente por recuperar los valores familiares que es una de las instituciones humanas más afectadas por el mundo de la globalización. La Iglesia, Madre y Maestra, ve en la familia una célula fundamental para la transformación del mundo con el Evangelio. La transmisión de estos valores familiares es un reto en el presente de la acción pastoral de toda Iglesia particular. El relativismo al que se ve sometido el ser humano afecta profundamente sus compromisos matrimoniales y paternales creando nuevas estructuras familiares que no permiten un total y normal desarrollo psicológico en la persona y en las nuevas generaciones. Se pierden con facilidad los puntos de referencia y no se dan principios religiosos que sirvan de soporte a las contrariedades de la vida.

 

La parroquia: aparece como otro lugar privilegiado para la transmisión de la fe. Lugar tradicional y adaptado para la inculturación del Evangelio. Es la Iglesia llevada en medio de las casas de los hombres para formar una familia cristiana, es el lugar del encuentro entre la fe viva, vivida y celebrada. Es el lugar donde la caridad cristiana se transmite de generación en generación en la vivencia fraterna de la fe, en la experiencia de comunión. La parroquia salvaguarda la caridad como título misionero para aquellos que se inspiran en el amor fraterno. Es el lugar propio donde se conoce y se vive la cultura cristiana. Se necesita acercar cada día más la parroquia a los hombres para que ellos tengan un lugar donde comprender la misión irrenunciable de evangelizar la cultura y poder experimentar el gozo, la felicidad y la paz de una cultura cristiana.

Dentro del ambiente parroquial aparecen los movimientos que son fuerzas que lanzan a la misma Iglesia a la inmensidad del mar. Son núcleos de discernimiento y formación, lazos de amistad, ardor misionero, en el que se puede vivir el “Duc in Altum”. Estos movimientos para no ser excluyentes necesitan:

·      Fidelidad a la tradición, al Evangelio y a Cristo

·      Fidelidad y comunión con la Iglesia

·      Fidelidad a la cultura del hombre vivo

Es necesario precisar el modo como se unen a la vida parroquial, facilitando la formación de la gran familia cristiana que, siendo comunidad de comunidades, representa la comunión de la Iglesia universal.

 

La formación de los formadores: No se puede hablar de inculturación sin una comunidad viva. Una de las pruebas de la madurez y vitalidad de la fe es la respuesta a la llamada de Dios al ministerio sacerdotal. Vocación que nace en personas que viven una cultura determinada y por la cual están marcadas. Entre quienes llamados por el Señor están ejerciendo un ministerio, encontramos testimonios de servicio que manifiestan el amor de Dios por los necesitados. Tal manifestación es el resultado de la profunda experiencia íntima de Dios, fuente de toda acción desinteresada por el bien del otro. Quienes actúan así, predican con su ejemplo y sus palabras son el corolario de su vida. El testimonio de los cristianos que cumplen coherentemente las enseñanzas de Cristo es un escándalo para el mundo de hoy, como lo fue la cruz de Cristo para el de aquella época. Este testimonio es el que realmente impresiona y evangeliza las culturas. Así como la conducta negativa de algunos produce frecuentemente un rechazo a la institución, el testimonio abnegado de tantos servidores auténticos del Evangelio ha llevado a muchos a la Iglesia. Estas actitudes contrastantes ayudan a la misma Iglesia a encontrar los criterios válidos para formar a quienes se sienten llamados a ser ministros de la Palabra y de los sacramentos. Ministros que guiados por el Espíritu Santo, verdadero evangelizador, favorezcan la comunión entre las personas, las comunidades y las culturas. Comunión que se convierte en la espiritualidad de la evangelización de la cultura para realizar la verdadera catolicidad.

Estamos ante un reduccionismo racionalista. Se opta por el concepto dando como resultado un mundo abstracto al que se responde con una teología abstracta basada en el rigorismo científico y metodológico. La acción pastoral es entendida sólo desde los métodos y no como testimonio de vida. Hay que recordar que la caridad atrae. En este sentido, la formación es global. Haciendo alusión al mero racionalismo, Heidegger decía que la filosofía era fuente de verdad pero también de poesía. La formación de los futuros sacerdotes exige:

·      Una sólida base humana

·      Una opción radical por la vida cristiana

·      Una profundización en la fe, libremente asumida

·      Una real comunión eclesial

·      Una intensidad espiritual

·      Un conocimiento del ministerio sacerdotal y sus implicaciones

·      Una vida exigente en lo fraterno

·      Una profundidad teológica

·      La primacía de la Sagrada Escritura

·      Cualificación pastoral en lo teórico y en lo práctico, según las necesidades de cada cultura

 

 

En resumen…

 

Los conceptos de “inculturación de la fe” y “evangelización de la cultura”, se necesitan mutuamente, no se puede dar uno sin el otro, pero el punto de partida será siempre la vivencia de la fe. Todas las culturas potencialmente están abiertas a la fe y acercarse a Jesucristo es posible en todas las culturas. Jesús es un judío que se ha hecho universal. Es central una reflexión sobre la Encarnación como fundante de una nueva cultura. La fe en Jesucristo precede a la expresión cultural, como algo vivo que no pertenece al mundo de la razón, aunque la necesite. Se tiende hoy a racionalizar la fe, pero esta no es sólo discurso, es intuición del corazón, es vida que se expresa en lo que llamamos “cultura cristiana”.

Es necesario amar las culturas para discernir los valores abiertos al cristianismo como realización del misterio del hombre. Los católicos daremos dar una orientación nueva siempre y cuando amemos a Cristo que es el fundamento. Entrar en diálogo con todas las culturas, pero sin ser ingenuos es prioridad de la acción pastoral de la Iglesia. No podemos dejarnos deslumbrar por la novedad, abandonando lo nuestro y claudicando en nuestras batallas en aras de la globalización. El mundo globalizado quiere arrastrar a la Iglesia y nuestra única garantía es Jesucristo, que enriquece el universal humano con la radicalidad del amor de Dios. .

No se pueden desconocer las dificultades que hay en los caminos de la evangelización. La Iglesia siempre ha permanecido junto al misterio de la cruz, que en el Sí de María ha encontrado el testimonio de la esperanza que no defrauda y ha asumido una actitud orante como vigilancia permanente. Oración y vigilancia que permite actuar al Espíritu Santo para darnos el valor y la intrepidez necesarias para anunciar al mundo de hoy el misterio de Jesucristo.

La cultura universal es un derecho y es parte de la dignidad del hombre. Como toda realidad humana sufre las consecuencias del “pecado original”. En el paso del pecado a la gracia los frutos de las culturas son los valores universales que dignifican al ser humano.

Se debe tomar en serio el tema de lo universal. Hay que abrir espacios donde se den a conocer los valores fundamentales. Un servicio que deben prestar las pequeñas comunidades cristianas, las parroquias y las diócesis para hacer de la Iglesia Católica el lugar donde se vive la cultura que emana del Evangelio, cultura que supera las regiones y los particularismos para hacerse universal, pero que al mismo tiempo respeta las diferencias que no están en contraste con el Evangelio y enriquecen a la humanidad.

Las Conferencias Episcopales tienen, o debieran tener, una comisión episcopal de cultura con tareas precisas, pues la pastoral de la cultura está implicada en todos los campos de la acción pastoral que, con una orientación eclesial buscan “transmitir el Evangelio en el corazón de las culturas”. Es responsabilidad del Dicasterio de la Cultura realizar un Instrumentum Laboris que defina las tareas, cree momentos de reflexión y anime en el mundo las iniciativas que ayuden a hacer discípulos del Señor evangelizando la cultura. La esperanza es que por la vía de las comisiones de cultura se llegue a todos campos de la pastoral. Comisiones que deben estar atentas a todos los espacios en donde se forma al pueblo: en la política, la literatura, la comunicación social, la ciencia, el arte, etc. Además de crear lugares de diálogo o debate con los científicos, periodistas, artistas y todos aquellos que interfieren en la formación de las conciencias. Educar para la utilización de los medios de comunicación y utilizar la Internet como la gran plaza donde se puede hablar de Dios a aquellos que aún no lo conocen, creando un puente que una las ideas en todo el mundo. No se trata de imponer, sino de inculturar el Evangelio. Abordar el tema de la Verdad, superando los miedos existentes, una verdad que nos obligue a cambiar, partiendo del concepto de naturaleza de la persona, presentando la Iglesia como familia de Dios, como comunión universal, abriendo a la esperanza, a la justicia, a la paz, a la igualdad, al perdón, a los derechos humanos, realidades que desde Oriente a Occidente interesan a todos los seres humanos.

El Señor nos ha enseñado a orar por el Reino, pero también nos ha enseñado a vivir en el Reino. Con las Bienaventuranzas va más allá de los diez mandamientos, diciéndonos que no se trata únicamente de dejar de hacer el mal, sino de empezar a hacer el bien. El discurso del Monte es el esbozo más claro de quienes por ser imagen y semejanza de Dios han iniciado la experiencia de una nueva cultura, la del Reino de los cielos. Mientras trabajamos como siervos inútiles, que hacemos únicamente lo que nos toca hacer, pues la obra será siempre de Dios, no dejemos de orar diciendo: “venga a nosotros tu Reino”, Señor.