EL ENCUENTRO DEL MENSAJE SALVIFICO Y LAS CULTURAS DE NUESTRO TIEMPO

Mons. Rosendo HUESCA PACHECO (Arzobispo de Puebla de los Angeles, México)

Print Mail Pdf
condividi  Facebook   Twitter   Technorati   Delicious   Yahoo Bookmark   Google Bookmark   Microsoft Live   Ok Notizie

Cuando recibí la honrosa encomienda de participar en esta Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura, me preguntaba muy preocupado qué podría yo ofrecer a la amable consideración de tan digna Asamblea. Porque, por una parte a partir de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual del Vaticano II hasta el reciente y hermoso documento: Para una pastoral de la cultura del Consejo Pontificio de la Cultura, la palabra del Magisterio es muy abundante. muy profunda su reflexión y muy rica en enseñanzas. Por otra parte, abundan aún más las reflexiones de innumerables Pastores y Maestros sobre este aspecto de la Evangelización de la Cultura. Y al escuchar a los participantes en estos días, esto se confirma más claramente. Por eso me convencí de que no me sería posible añadir alguna aportación en esta área, y comprendí que mi intervención podría intentar ser útil, invitándoles a reflexionar en el microcosmos de la cultura que son para mí las comunidades concretas. Así pues me atrevo a invitarles a que se dejen guiar en un humilde recorrido, como en un pequeño laboratorio de Pastoral de la Cultura. El caso que quiero compartir con ustedes podría darnos luces para contestar estas preguntas. Se trata de una población que hace treinta años tenía 10,000 habitantes. situada a 12 kilómetros de la Ciudad de Puebla, en un valle muy fértil para la agricultura. Llegó de pronto a instalarse en el lugar una de las mejores plantas para producir acero. Pudimos observar un cambio cultural que quisiera describirles: Los mayores del pueblo que siempre habían sido respetados y que guiaban la comunidad en sus varios aspectos, repentinamente no tuvieron ya significado, porque habían vendido sus tierras a la Empresa (a buen precio por cierto), se quedaron desempleados porque la Empresa contrató a los jóvenes; se quedaron sin autoridad en el hogar porque ellos ya no eran más los proveedores de la casa con el fruto de su trabajo campesino, ahora los jóvenes llegaban a casa con su paga quincenal: se rompió así la estabilidad tradicional de la familia. El grupo familiar tuvo en sus manos más dinero que antes y no estando preparado para bien usarlo siguió los caminos del consumismo: hubo entonces mucho más antenas de televisión que refrigeradores y muebles convenientes para el hogar. Creció el alcoholismo sobre todo entre los jóvenes y apareció el triste fenómeno de la prostitución. La práctica de la vida cristiana se deterioró también grandemente, de modo que al templo solo asistían las mujeres y los señores mayores de edad. Fue necesario atender a esta nueva situación con un equipo específico en torno a la labor del sacerdote, erigiendo en parroquia esa población.

Esto ejemplifica el impacto negativo de lo que se llama modernidad en la cultura cristiana: pero hay otro aspecto muy importante que el papa Juan Pablo II llama "inculturación del Evangelio". Fray Bernardino Sahagún uno de los grandes y sabios misioneros de México descubrió en 1564 unos apuntes en la lengua prehispánica de los Aztecas que relataba los diálogos celebrados en 1524 por los doce primeros Frailes misioneros con los sabios, sacerdotes y principales de los indios. Escuchemos parte de ese precioso documento. En el capitulo VII se dice cómo respondieron al anuncio de los doce misioneros que hablándoles del verdadero Dios declaraban falsos y malos a sus dioses. "Vosotros dijisteis que nosotros no conocíamos al Dueño del cerca y del junto, a aquél de quien son el cielo, la tierra. Habéis dicho que no son verdaderos dioses los nuestros. Nueva palabra es ésta, la que habláis y por ella estamos perturbados, por ella estamos espantados. Porque nuestros progenitores, los que vinieron a ser, a vivir en la tierra, no hablaban así. En verdad ellos nos dieron su norma de vida, tenían por verdaderos, servían, reverenciaban a los dioses. Ellos nos enseñaron, todas sus formas de culto, sus modos de reverenciar (a los dioses). Así, ante ellos acercamos tierra a la boca. Así, nos sangramos, pagamos nuestras deudas, quemamos copal, ofrecemos sacrificios. Decían (nuestros progenitores): que ellos, los dioses, son por quien se vive, que ellos nos merecían ¿cómo, dónde? cuando aún era de noche. Y decían (nuestros ancestros): que ellos (los dioses) nos dan nuestro sustento, nuestro alimento, todo cuanto se bebe, se come, lo que es nuestra carne, el maíz, el frijol, los bledos, la chía. Ellos son a quienes pedimos el agua, la lluvia, por las que se producen las cosas en la tierra".

"Tranquila, pacíficamente, considerad, señores nuestros, lo que es necesario. No podemos estar tranquilos, y ciertamente no lo seguimos, eso no lo tenemos por verdad, aun cuando os ofendamos. Aquí están los que tienen a su cargo la ciudad, los señores, los que gobiernan, los que llevan, tienen a cuestas, al mundo. Es ya bastante que hayamos dejado, que hayamos perdido, que se nos haya quitado, que se nos haya impedido, la estera, el sitial (el mando). Si en el mismo lugar permanecemos, provocaremos que (a los señores) los pongan en prisión. Haced con nosotros, lo que queráis. Esto es todo lo que respondemos, lo que contestamos a vuestro reverenciado aliento, a vuestra reverenciada palabra, oh señores nuestros".

El Capitulo VIII nos dice como respondieron los doce primeros misioneros: "Pero vosotros porque no habéis adorado (al verdadero Dios) no habéis sabido dejar a los malvados, al que engaña a la gente. Porque nunca habíais escuchado la reverenciada palabra de Dios, ni teníais el libro divino, la palabra divina. Nunca vino a llegar a vosotros su reverenciado aliento, palabra, del dueño del cielo, dueño de la tierra. Y desde entonces estáis ciegos, estáis sordos, como en el tiempo de oscuridad, en lugar tenebroso vivías. Por esto no son muy grandes vuestras culpas. Pero ahora, si no queréis escuchar, el reverenciado aliento, la palabra de Dios (él es en verdad quien a vosotros la entrega) mucho es lo que peligraréis. Y Dios que ha comenzado vuestra ruina, la llevará a término, entonces del todo pereceréis" (Los diálogos de 1524 según el texto de Fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas, Miguel León Portilla, 1986). La Iglesia se está esforzando en responder a estos apremiantes retos pastorales, bajo el soplo del Espíritu Santo, en diversas formas que simplificando que yo pongo en esta forma a su consideración: La actitud del misionero que proclama a los pueblos: "Te anuncio la salvación en este resumen de verdades y normas, que serán gracia y amor de Dios para ti: tómalo o déjalo". Actitud y método que ahora la Iglesia transforma en este mensaje: "El Reino de los Cielos es semejante a un cofre del cual Dios va sacando cosas nuevas y viejas para ti, veamos juntos cuáles necesitas primero, cuáles no necesitas por ahora, cuáles no puedes todavía alcanzar": esta actitud es lo que el Papa llama "la nueva expresión, los nuevos métodos de la Evangelización".

Esto supone la comunión íntima entre evangelizadores y comunidad, que implica el testimonio primero que nada, el Papa dice: "Evangelización nueva en su ardor"; pero que exige igualmente como fruto de la comunión el conocimiento vital de la comunidad y el acompañamiento en los gozos, esperanzas y sufrimientos de los evangelizandos, colaborando con el Señor en la restauración de todo lo que obstaculiza y deforma la persona del hombre (gratia sanans), y así mismo, en la transformación de la persona y la cultura según la plenitud de Cristo (gratia elevans). El Vaticano II nos dice: "La buena nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído; combate y aleja los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado. Con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las perfecciona y las restaura en Cristo". Esta actitud pastoral supone necesariamente nuevas estrategias y métodos, también aquí el soplo del Espíritu Santo se hace patente en la Iglesia que retorna la base de su acción pastoral en el "encuentro". El tema del Sínodo de América lo expresa plenamente diciendo: "El encuentro con Cristo vivo, camino de conversión, para la comunión y la solidaridad". Esta intuición y reclamo pastoral necesariamente requiere la cercanía entre las personas, y por lo tanto, la organización de la comunidad en pequeños grupos. Sólo así el valor del testimonio, del acompañamiento, y de la comunicación, fecundados por el Espíritu Santo, podrán ser la base de la Nueva Evangelización. Estas modalidades actuales e indispensables están claramente expresadas en el documento Para una pastoral de la cultura. Basta recordar algunos temas del índice: La familia como espacio ordinario de la experiencia de fe, la piedad popular como presencia vital de valores Evangélicos, la parroquia como red viva de pequeñas comunidades, las instituciones de educación católica como familias educadoras en la fe, etc. En mi humilde apreciación y experiencia pastoral no veo otro camino práctico para enfrentar los retos de la inculturación del Evangelio y de la restauración del hombre arrastrado por la llamada modernidad. Esta actitud y este método pastoral suponen aceptar la limitación que Jesús expresa cuando dice "la mies es mucha y los operarios pocos". Trabajar por la evangelización de la cultura supone muy numerosos agentes vivificados por el Evangelio y capacitados en el diálogo con sus hermanos: obispos, sacerdotes, almas consagradas, laicos comprometidos. Pidamos al dueño de la mies, pero esforcémonos por acompañarles y formarles en el seguimiento de Jesús.

Otro aspecto que quiero compartir es lo que expresa el término cultura en el lenguaje laico, es decir: el mundo de los intelectuales, artistas, políticos… Los que el Documento de Puebla llama: "constructores de la sociedad civil". También aquí les invito a reflexionar sobre una microexperiencia: En julio pasado la Conferencia del Episcopado Mexicano promovió un encuentro sobre Cultura Católica en el que participaron: la Comisión especial para la elaboración de un documento pastoral con ocasión del Milenio, las Comisiones Episcopales de Pastoral Social de Educación y de Cultura, con quince representantes del así llamado ambiente cultural en México. Partiendo de un libro reciente de Gabriel Zaid, escritor católico, que se titula Muerte y resurrección de la cultura católica en México.

Estas fueron algunas de las conclusiones:

La Cultura Católica en su forma oficial y preponderante ha muerto en México. Sobrevive en las culturas populares y de manera material, implícita (y desconocida muchas veces) en la mayoría de las manifestaciones del quehacer intelectual de los mexicanos. A esta muerte han contribuido varios factores. Entre ellos destacan:

– La persecución sufrida por la Iglesia. La Iglesia ha sido expulsada deliberadamente de los ámbitos públicos de creación de alta cultura (especialmente la Universidad y el Foro político). Liberales y revolucionarios han tenido éxito en la estrategia de aislamiento, especialmente en el área de la educación. Este proceso ha sido particularmente violento en el siglo XX. Mientras que en el pasado la Iglesia fue preponderante culturalmente hablando (siglos XVI-XVIII), ahora estamos ante el hecho inédito que, siendo el siglo XX uno de los más brillantes en la cultura mexicana, la Iglesia ha sido poco relevante en él.

– Los esfuerzos católicos para la producción de cultura poco exitosos. A lo anterior se añade el hecho de que algunas veces los católicos hemos sido poco creativos para proponer soluciones culturales adecuadas. A finales del siglo XIX se vivió en Europa una cultura vanguardista sobresaliente. En México hubo movimientos similares.

– La profunda división existente entre la elite intelectual y el pueblo fiel, mayoritariamente católico. Es de notar el anticatolicismo de algunos de nuestros más grandes escritores e intelectuales (v.g. Octavio Paz). Esto contrasta con la religiosidad popular de la mayoría de los mexicanos. Esta división es fruto de los dos anteriores factores, pero es a su vez generadora de procesos de exclusión y de automarginación de la cultura católica mexicana.

– El desarraigo y la automarginación de los fieles. La cultura actual del mexicano fomenta el desarraigo y el descuido con respecto a las raíces católicas de nuestra cultura. Esta actitud vergonzante, ampliamente vivida incluso frente a los iguales, tiene su origen en la falta de la vivencia de lo que significa ser testigo de Cristo en el mundo. Sin esa vivencia primera, jamás se tendrá un Octavio Paz católico.

– La incapacidad de muchos sacerdotes para establecer un dialogo con la alta cultura actual. Si bien la teología ha sido borrada de las disciplinas humanas, paralelamente se ha verificado un proceso de deterioro en la formación cultural de los sacerdotes católicos. Esto ha hecho mucho mas difícil la tarea de "llenar el hueco dejado por la Iglesia". El descuido en los sermones, las manifestaciones artísticas de baja calidad (especialmente en los templos) y el descuido de la cultura y la formación teológica en general, contrastan con las manifestaciones de otros tiempos, cuando los seminarios eran formadores de grandes artistas, teólogos e intelectuales.

– La desconfianza mutua entre intelectuales laicos y jerarquía de la Iglesia. Este factor es síntoma de un problema más profundo, relacionado con nuestra incapacidad para articular esfuerzos en torno a fines comunes. Así, muchas veces estos dos grupos se ignoran mutuamente: los intelectuales no leen el magisterio eclesiástico; y desde el púlpito no se recomienda la lectura de autores mexicanos. Además, los intelectuales no quieren ser etiquetados como "católicos", pues muchas veces se les considera voceros de la jerarquía.

El estado de la cultura católica en México, sin embargo, es fruto también de un proceso más amplio, de carácter educativo. La falta de profundidad en el diálogo está relacionada con nuestro bajísimo nivel de instrucción. Y esto es común a los sacerdotes y a los fieles.

Si bien se puede afirmar que la alta cultura católica está muerta (como forma preponderante de cultura) y que ha dejado un vacío en la vida de la nación, también hemos de reconocer que hoy se están creando nuevas formas donde la vivencia del Evangelio se manifiesta en la vida intelectual del mexicano. La cultura católica se encuentra en transición, porque ella vive en los mexicanos, pueblo católico. Y nuestro país está cambiando en su conjunto. La cultura católica hoy es nebulosa y difusa, porque así como es difícil al moribundo y al recién nacido hacerse entender, así es difícil caracterizar describir una cultura que no ha muerto del todo, pero que tampoco ha terminado de gestarse. Como signo de la transición, se ha dado una apertura a la participación de la iglesia en la cultura. También se ha dado un acercamiento de figuras importantes de la cultura mexicana a la religiosidad católica. Esta apertura debe ser aprovechada por la Iglesia, evitando sin embargo, cualquier imposición que quisiera "convertir" a la cultura, especialmente la relacionada con las manifestaciones artísticas. Se debería trabajar para que la cultura mexicana reconociera sus raíces y orígenes católicos. No necesariamente para "convertir" a los intelectuales, sino para complementar y acoger sus esfuerzos creativos. La falta de creatividad de los pocos exponentes de la cultura católica está relacionada con la falta de compromiso y vivencia de la fe. El conocimiento de la herencia del pasado la creatividad van de la mano.

Se ha de hacer un gran esfuerzo de creatividad, fruto de la vivencia de la fe, en dos líneas:

En el rescate, análisis y promoción de las manifestaciones de cultura católica que ya existen (canciones, películas, tradiciones, literatura, teatro, etc.) sobre todo a través de la acumulación de casos. El acumular ejemplos, además siempre da nuevas ideas. Acoger las nuevas expresiones y manifestaciones artísticas, de altísima calidad, que se están dando actualmente y que se han producido en nuestra Nación. Ciertamente, plantear que la Iglesia debiera pedir perdón por no haber estado en el proceso de producción de la alta cultura mexicana de este siglo (de manera formal) seria tanto como pedir que la víctima se disculpara por la ofensa recibida. Después de todo, no ha estado totalmente ausente. Sin embargo, especialmente los laicos, deberían reconsiderar la cultura de México como un ámbito específico de acción. El proceso de conversión permanente no debería dejar de lado la participación, en el diálogo y creación de la alta cultura en nuestro país.

Por último, una inversión de recursos humanos considerable se hace necesaria para elevar los niveles de formación en los Seminarios. Para tratar de solucionar esto, se debe pedir la ayuda de los laicos. Ahora más que nunca es necesaria la colaboración intraeclesial. Para esta revitalización de la Cultura Católica en México puede servir igualmente la atención al patrimonio enorme de arte sacro que tiene el país. Son muy iluminadoras las sugerencias del Documento Para una pastoral de la cultura a este respecto. por ejemplo nos dice: "Prever una pastoral de los edificios más frecuentados, crear organizaciones de guías católicos, crear y desarrollar los museos de Arte Sagrado y antropología religiosa, etc." Para que esto sea posible es preciso contar con el compromiso generoso y eficaz de las Universidades Católicas, que son el espacio privilegiado para estas tareas de evangelización de la cultura y el recurso mejor con que la Iglesia puede contar para ello. Pero también he visto un cambio nada favorable a la Universidad Católica:

La sociedad post-industrial que también llamamos sociedad de la información, sociedad planificada, sociedad cibernética, sociedad de servicios: es la sociedad del cambio.

La Universidad no puede ser un santuario de la ciencia dedicado autónomamente a la enseñanza y a la investigación. La Universidad vive rodeada de instituciones que le demandan tareas, que le interpelan, que le critican. El Estado, la industria, el sindicalismo, los organismos culturales, religiosos, y de modo más amplio y más vital la opinión pública, le presentan sugerencias, exigencias, reclamos, responsabilidades, servicios nuevos. Se puede decir que hoy la Universidad vive en la plaza pública.

Si la Universidad se propone como objetivo el servicio de la nación, debe a toda costa distinguir por una parte la demanda social, los objetivos concretos determinados por el Estado o por la opinión pública, y por otra parte las necesidades humanas básicas que no pueden ser satisfechas sino por la transmisión del saber, la búsqueda de la verdad y la investigación guiada por la dignidad del hombre. La ley de la demanda y la presión pública no siempre sirven a las necesidades fundamentales, y por ello no garantizan de por sí un genuino progreso. La Universidad debe ser genuinamente autónoma para servir al hombre.

Si la Universidad pierde su fuerza de cohesión en torno al objetivo claro de servir al hombre, y se identifica con los objetivos del Estado, de la industria, de la opinión pública, no podrá nunca cumplir con la función crítica que el momento actual espera de ella. Si por una parte, la Universidad en los países en vía de desarrollo debe cooperar con los proyectos nacionales y servir de instrumento a la modernización, por otra parte, debe vivir en una sana autonomía de los grupos de poder y de los vaivenes de la opinión pública.

Actualmente la transmisión del saber es instantánea y universal: no hay fronteras, vivimos en la aldea global. La informática moderna pone el saber a la disposición de la mayoría. Pensemos en Internet. Estas características no sugieren un deterioro, sino un magnifico avance, pero conllevan riesgos que debemos superar. Lo acumulativo de la información y lo provisional de los avances deben suscitar el ejercicio crítico y la actitud selectiva y responsable del propio progreso intelectual. La Universidad ya no puede ser una fuente de sabiduría, sino un centro siempre en crecimiento Continuo hacia metas sociales y culturales cada vez más profundas. La inquietud de las nuevas generaciones impulsa a la Universidad a repensar las razones no sólo del cómo progresar, del cómo saber, del cómo vivir, sino ahora también y más las razones del por qué y para qué progresar, crecer, saber y sobre todo el por que y para qué vivir. No se trata de ofrecer cursos complementarios que satisfagan la inquietud de las nuevas generaciones sobre aspectos humanos, culturales, espirituales; sino más bien orientar el pensamiento hacia las respuestas sobre los grandes "por qué" y "para qué".

El Documento Post-Sinodal La Iglesia en América expresa estas ideas en el n. 71 diciendo:

"El mundo de la educación es un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio. Sin embargo. los centros educativos católicas y aquéllos que, aun no siendo confesionales, tienen una clara inspiración católica, sólo podrán desarrollar un acción de verdadera evangelización si en todos sus niveles, incluido el universitario, se mantiene con nitidez su orientación católica. Los contenidos del proyecto educativo deben hacer referencia constante a Jesucristo y a su mensaje, tal como lo presenta la Iglesia en su enseñanza dogmática y moral. Sólo así se podrán formar dirigentes auténticos cristianos en los diversos campos de la actividad humana y de la sociedad, especialmente en la política, la economía, la ciencia, el arte y la reflexión filosófica. En este sentido, es esencial que la Universidad Católica sea, a la vez, verdadera y realmente ambas cosas".

Los números 29 y 30 de Documento Para una pastoral de la Cultura comentan ampliamente este mismo texto.