LA INCREENCIA Y SECULARIZACIÓN ENTRE LOS JÓVENES: LA RESPUESTA DE LAS JORNADAS MUNDIALES DE LA JUVENTUD

Antonio Maria ROUCO VARELA, Cardenal Arzobispo de Madrid

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Una de las preocupaciones pastorales más apremiantes en la Iglesia de nuestro tiempo es la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones. A nadie se le oculta que la sociología religiosa subraya con especial énfasis el fenómeno de la increencia de la juventud que crece en medio de una sociedad y cultura secularizada. Por su parte, la Exhortación postsinodal Ecclesia in Europa señala la incidencia de una cultura inmanentista que favorece la increencia y acelera el grave problema de la progresiva descristianización.

Con todo, el panorama religioso juvenil presenta horizontes y perspectivas nuevas en las Jornadas Mundiales' de la Juventud que obligan a completar esta visión de una gran parte de la opinión pública que tiende a contemplar con simplistas reduccionismos la vivencia religiosa de la juventud actual. Los Encuentros de los jóvenes con el Santo Padre, que se llegaron a convertir en una esperada cita anual, van más allá de las meras cifras y de las frías hipótesis sociológicas y, sin duda alguna, han traído a la Iglesia de nuestros días un aire fresco que deja percibir la obra del Espíritu en el corazón de numerosos jóvenes.

En efecto, las Jornadas Mundiales de la Juventud, una de las más bellas, fecundas y sorprendentes iniciativas pastorales de Juan Pablo II, desvelaron el rostro de una Iglesia que tiene motivos para confiar en las generaciones venideras. Con razón algunos han definido las Jornadas Mundiales de la Juventud como un “nuevo Pentecostés”, en las que se nos da a conocer una juventud hambrienta de Dios en un mundo en el que cualquier manifestación religiosa aparece como extraña y no rara vez como exótica.

No dejó de sorprender en cada una de las Jornadas la presencia de una juventud no vencida por la increencía que busca respuestas que el mundo no le puede ofrecer y que las halla en la clara propuesta para vivir lo que ofrece el Evangelio: “la finalidad principal de las Jornadas ‑nos decía Juan Pablo II‑ es la de colocar a Jesucristo en el centro de la fe y de la vida de cada joven para que sea el punto de referencia constante a la luz verdadera de cada iniciativa y de toda tarea educativa de las nuevas generaciones” (Juan Pablo II, Carta con motivo del Seminario de estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud).

Los mensajes de las Jornadas Mundiales de la Juventud han significado siempre un anuncio nítido de Jesucristo, y han sido el contacto en el que han nacido numerosas vocaciones para el ministerio ordenado y para la vida consagrada: el signo que más contrasta con el creciente fenómeno de la increencia. Damos “gracias a Dios ‑escribía Su Santidad‑ por los numerosos frutos que, a distintos niveles, han brotado de las Jornadas Mundiales de la Juventud” (Juan Pablo I, Carta con motivo del Seminario de estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud). Es más, se podría afirmar que con las Jornadas Mundiales de la Juventud “el futuro ha abierto sus puertas”. Un acontecimiento eclesial, que permite una respuesta religiosa que no se difumina ni en el sincretismo ni en la increencia y en donde se hace fuertemente visible la catolicidad de la Iglesia, representa una llamada de atención ineludible sobre un nuevo resurgir de la vida eclesial en la sociedad del mañana. Los jóvenes han comenzado a sentir con fuerza, más o menos explícita, la necesidad de pertenecer al pueblo de Dios, a la Iglesia, frente a la difusa tentación de creer sin pertenecer, de vivir la fe al margen de la Iglesia.

Muchos somos los que quedamos impresionados con Juan Pablo II por “el amor alegre y espontáneo de los jóvenes hacia Dios y hacia la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta con motivo del Seminario de estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud). A nadie se le oculta que las Jornadas Mundiales de la Juventud causaron un fuerte impacto a sociólogos, informadores religiosos y a los mass media en general porque los jóvenes que aceptaban la invitación del Papa no respondía a los estereotipos ni ofrecían el perfil del joven definido y estructurado sólo desde la increencia.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud ‑al igual que el Jubileo del año 2000‑ han ofrecido a los pastores, sin duda, una perspectiva pastoral nueva, que invita también a repensar el fenómeno de la increencia juvenil y a captar debidamente las exigencias de la nueva evangelización en el mundo juvenil. De esta nueva realidad pastoral tan manifiesta han de extraerse las debidas consecuencias en la catequesis, en el campo educativo y en la pastoral de la familia. Las propias Jornadas Mundiales de la Juventud, de un modo especial a partir de la celebrada en Santiago de Compostela en el 1989, introdujeron en su esquema operativo de forma eminente la Catequesis, muy presente desde entonces en todos los Encuentros de los jóvenes. Es más, como afirma Juan Pablo II, “los distintos momentos de que consta una Jornada Mundial constituyen en su globalidad una forma de vasta catequesis, un anuncio del camino de conversión a Cristo, a partir de la experiencia y de los interrogantes profundos de la vida cotidiana de los destinatarios” (Juan Pablo II, Carta con motivo del Seminario de estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud).

En un mundo secularizado, cuando no areligioso, las XVII Jornadas Mundiales de la Juventud nos han hecho mucho más conscientes de que los jóvenes ocupan ya de hecho y como una nueva y prometedora realidad pastoral, un lugar importantísimo en la Iglesia y en la sociedad de hoy, apuntando claramente a una nueva primavera de la Iglesia. El alcance de las mismas no se mide por tanto por el número de participantes que se calcula por millones, sino por el fuerte vigor espiritual que revelan: “El futuro del mundo y de la Iglesia, nos decía Juan Pablo II en la Tertio millenio adveniente (n. 58), pertenece a las jóvenes generaciones que, nacidas en este siglo, serán maduras en el próximo, el primero del nuevo milenio. Cristo escucha a los jóvenes... Los jóvenes, en cada situación, en cada región de la tierra, no dejan de preguntar a Cristo: lo encuentran y lo buscan para interrogarlo a continuación. Si saben seguir el camino que Él indica, tendrán la alegría de aportar su propia contribución para su presencia en el próximo siglo y en los sucesivos, hasta la consumación de los tiempos”. El pronóstico del Papa es clarividente y certero.

En una sociedad en que las familias sufren el vacío religioso y no conocen el don del Evangelio urge que valoremos aquellas iniciativas pastorales, de sello netamente apostólico, donde se dan respuestas a las preguntas y a las inquietudes que están en lo más profundo del ser humano en la forma como las interpretan y viven las jóvenes generaciones. Las Jornadas Mundiales de la Juventud son, y lo hemos experimentado en muchas ocasiones, espacio y tiempo donde se genera y promuevo el seguimiento del Señor con talante gozoso y con una alegría que desborda las tristes y defraudantes recetas de “Las diversiones” típicas de la cultura y la sociedad actuales; y, además, y no por casualidad, punto de encuentro de los nuevos movimientos eclesiales que el Espíritu no deja de suscitar en su Iglesia. Ni el alejamiento de la Iglesia, ni la “apostasía silenciosa”, de la que nos habla la Exhortación Postisinodal Ecclesia in Europa de Juan Pablo II, tienen ni van a tener la última palabra en el futuro de la humanidad.

Es de agradecer, pues, a Juan Pablo II que con las Jornadas Mundiales de la Juventud nos haya regalando un instrumento tan rico y fecundo de pastoral juvenil: todo un programa pastoral para la evangelización de la juventud de nuestros días en perfecta continuidad con el Mensaje del Vaticano II a los jóvenes, y con la Carta Apostólica a los jóvenes y a las jóvenes del mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud (31 de marzo de 1985).

Secundar esta iniciativa del Papa es una magnífica respuesta a la amplia y honda crisis de la fe, raíz de la increencia, desde la entraña misma del Evangelio. En el fondo, las Jornadas Mundiales de la Juventud nos hacen ver que el testimonio de la fe de los jóvenes, vivida y expresada católicamente, resulta un elemento imprescindible para la evangelización del mundo y que la crisis de la fe juvenil encuentra su verdadera respuesta en los jóvenes evangelizadores.