El signo de lo bello y de la gracia
Roberto Mendez
Como poeta y crítico de arte, sentí especial alegría en la reciente Plenaria del Consejo Pontificio porque ésta tocó el tema de la relación del arte – y por extensión, de los artistas- con la liturgia y la vida eclesial en general. De este modo, el Consejo se hace continuador de una larga tradición de relaciones entre fe cristiana y arte, que tiene origen muy remoto, como demuestran los bellísimos frescos de las catacumbas de la Vía Latina que visitamos en una de las sesiones del encuentro. Descubrir que, en medio de gravísimas dificultades, los cristianos primitivos podían preocuparse por adornar los muros de aquellos oscuros sitios donde guardaban los cuerpos de sus seres amados, en espera de la Resurrección, con pinturas de real valor artístico en las que no sólo se mostraban escenas bíblicas o símbolos de la fe, sino que se dialogaba con la mitología latina y la tradición poética y filosófica de esa cultura pagana, para asimilar las “semillas del Verbo” en ella presentes, resultaron para mí extremadamente iluminadoras.
Vivimos una época también convulsa, donde la fe es perseguida de otro modo, más sofisticado y constante, por el relativismo y el neopaganismo, por tanto, no es posible encerrarnos en un mundo particular y dejar el arte fuera, eso significaría traicionar a una historia en la que tienen su lugar creadores como Giotto, el Beato Angelico, Rafael, Miguel Ángel y que llega hasta nuestros días. Es preciso tener en cuenta siempre la afirmación del teólogo Hans Urs von Balthasar a las puertas de su monumental obra Gloria: "No ha existido ni puede existir ninguna teología suficientemente grande e históricamente fecunda que no haya sido expresamente concebida y dada a luz bajo el signo de lo bello y de la gracia". Y esto no sólo es válido para la teología, sino también para la liturgia, la catequesis y el trabajo pastoral en general.
Signos muy alentadores acompañaron en este sentido nuestro encuentro: el primero, que la celebración de la Plenaria estuviera casi inmediatamente antecedida por la visita de Su Santidad a Barcelona, donde consagrara el templo de la Sagrada Familia, monumental obra de Gaudí, una tesis en piedra: la proclamación de que Dios puede ser adorado en todo tiempo y desde todo lenguaje, sin importar los desafíos del agnosticismo y el pragmatismo.
A esto sumaría el encuentro con el eminente arquitecto Santiago Calatrava, cuyos audaces proyectos lo sitúan actualmente en la extrema vanguardia de su especialidad y sin embargo están tan cerca de la reflexión antropológica y del reconocimiento de una divinidad viva y trascendente.
Como culmen, el anuncio de que la Iglesia estará presente próximamente en la Bienal de Venecia – ese espacio donde el buen arte ha convivido durante años con la extravagancia, la locura y hasta la blasfemia- con un stand en el que varios creadores prestigiosos del mundo mostrarán sus búsquedas a partir del tema del Génesis – la creación, la caída, la entrada de la muerte en el mundo, la promesa de redención-.
Con estos hechos comienza a arraigarse un nuevo tipo de mecenazgo, más culto y consciente, porque no se trata simplemente de dar dinero a los artistas y espacio en los templos, sino de establecer duraderos puentes de comunicación con ellos, que pasan por el intercambio en materia de pensamiento en los terrenos de la antropología, la filosofía y la estética. He ahí uno de los puntos de encuentro para el Atrio de los Gentiles que el Card. Ravasi ha instituido como invitación para el mundo del intelecto.
La última tarde de mi estancia en Roma fui a la iglesia de Santa María sopra Minerva, allí, ante el sepulcro del Beato Angelico, proclamado por SS Juan Pablo II patrono de los artistas, oré por el Consejo y por todos los que trabajamos con la belleza, para que pudiéramos alcanzar del Espíritu esa gracia particular a la que invitaba el Pontífice en la homilía que pronunció en aquel sitio el 18 de febrero de 1984:
Uomini dell’arte! Il vostro cuore certamente è nella bellezza delle opere del genio umano, come pure nella vostra propria creatività. Il mio augurio è che al tempo stesso voi possiate portare in voi quel senso evangelico di proporzione, del quale ci parla Cristo, l’artista divino, e il suo discepolo: l’artista Fra Angelico.